Levanto mis manos.
Durante más de una década, consciente e inconscientemente, guardé la esperanza de haber elegido bien a quien amar. En lo mas profundo de mi ser abrazaba la idea de que, al final, todas las piezas encajaran como en un largo rompecabezas, una hermosa historia que contar. Traicioné al cielo e ignoré mis raíces por permanecer a su lado, hasta torcí mis principios por moldearme a sus caprichos y filosofías. Ingenuamente, pensé que con todo ese sufrimiento podría haber saldado la cuenta con la justicia y así ser merecedora de la bendición de ganarme su corazón por mil años. No bastó sufrir la infidelidad, el abandono y la distancia para abandonar mi fijación por sus ojos, su voz, sus labios, no cesaba de anhelar tenerlo en mi vida. Religiosamente por las noches lo despedía en mi memoria con un beso de dulces sueños donde quiera que se encontrase. Sacrifiqué mi autoestima por una oportunidad entre sus brazos y mi recompensa fue convertirme en lo que más despreciaba para una mujer. Me con