La roca y la brisa
Te veo igual que a una roca con la que a menudo me
estrello, pues soy una brisa inquieta que va
y viene entre la tierra y el cielo.
Hace años fui una temblorosa hoja, siempre sujeta a
mi madre, la rama, pero me dejé llevar por el viento en una tarde soleada y
desde entonces mi mundo se volteó. Caí a tierra y en las raíces del árbol comencé
a cambiar: mi color se oscureció, mi apariencia se marchito… y después de un
tiempo, con la lluvia y el sol dejé la tierra húmeda y me convertí en lo que
soy.
Es curioso cómo puedes pasar mil veces por un lugar
sin percatarte de las cosas que allí están. Imagina mi sorpresa cuando esa
noche me encontré contigo en un lugar
tan cotidiano y tantas veces recorrido. De no haber sido por mi amigo, el
reflejo, aun seguiría ciega y habría pasado de largo sin notar tu nobleza y
peculiar fortaleza.
Tan pronto supe de ti, como quien descubre lo
obvio, me invadió un oscuro sentimiento. Sentí vergüenza al saber que había sido
tan insensible contigo como lo fue conmigo el viento. Todas las veces que pasé
a tu lado sin advertir tu presencia, cuan fría y ausente fui contigo, cuan
egoísta e inquieta, siempre sumergida en mis corrientes, tan distraída de lo
que me rodea.
Recordando vagamente, te encontré en mis memorias,
en aquellos días oscuros cuando la fría tierra fue mi tumba, estabas allí tan
quieta y no te vi. En mis tiempos de hoja, bien pude saborear la amarga
indiferencia del viento, sabiéndome ignorada por sus corrientes, mientras yo te hacía lo mismo sin la menor
intención. Sentí gran curiosidad por saber que sería de mí ahora si tu hallazgo
en mi universo hubiese sido en aquellas horas.
La roca parece inmóvil, inerte, fría y sola ¿Cómo
culpar a la brisa si piensa que ella no llora? Y yo, que espero de ti tantas
cosas, tantos sonidos y gestos, toda una orquesta sonora. Perdóname por
atosigarte y compararte con un río, pues me hace falta la disciplina de
escuchar sin hacer ruido.
Estoy tan cargada de astillas, hojas y ramas, todos
los restos del pasado que hace años me ataba, e inocentemente, creí que con
solo soplarte podría desprenderme de todos mis fantasmas y volar libre sobre la
sabana, pero al estrellarme contigo comprendí que eso requiere de mayor tiempo
y paciencia.
Desde que supe cuán cerca estabas, cada mañana muy junto
de ti pasaba, y recorría a toda prisa la sabana. No era mi intención asustarte,
es que en medio de los nervios no podía controlarme. La curiosidad por conocer
tus pasadizos y aristas me hacía convertirme en ventisca.
Cada día aprendí algo nuevo, como que tu rostro no
era tan serio, y que cuando sonreías se veían cristales en tu boca o que la
aspereza de tu forma era solo superficial pues eras tan suave que podías abrazar. Que al chocar mis corrientes contra
tu pendiente producías, hermosas melodías. Que la lentitud de tus palabras hablaba
de la profundidad de tus pensamientos y en tu silencio mostrabas muchos
sentimientos. Aprendí a sentarme en tu peña y ver ponerse el sol mientras
bañaba tu rostro de colores cobrizos volviendo casi dorada tu faz. Y me
pregunté qué habría sido de mí si el viento se hubiese tomado el tiempo de observarme
como yo lo hacía contigo.
Me gusta la calma que te acompaña y como sin
importar tu textura emanas un calor que sobrecoge y cobija cual tierno abrazo.
Deseé poder brindarte todas las atenciones que te había negado y que me habría
gustado recibir: traer rocío mañanero para regar tu pendiente, llenar de flores
silvestres tu superficie y alrededores y hasta cantar con las aves bonitas
canciones. Pero en medio de mi empeño se me escapó algo importante, esperar que
el tiempo hiciera también su parte.
En mi impaciencia, quise compensar mi cruel
indiferencia con exageradas muestras de cuidado, pero mi brisa matutina y
silbidos de saludos lejos de halagarte terminaron por molestarte. Tan fuerte,
tan rígida; no puedes saber con certeza lo que encierra una roca si ella no lo
expresa.
Ahora tu pétreo rostro está cerrado cuando paso,
pareces una muralla que no permite visitas. Debo aprender que la brisa no
siempre es buena compañía, por eso trato de no hacer ruido y saludarte en
silencio. Si mi morada estaba contigo es algo que nunca sabré, respeto tu
posición y quisiera expresarte que a pesar de mis saltos y turbulencias siempre
podrás contar con una brisa, si quieres reír un rato, si quieres cantar conmigo,
si quieres que aparte un escombro o solo que sople a tu oído.
Yonela… enero 2013.
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